Época: civilización minoica
Inicio: Año 2000 A. C.
Fin: Año 1450 D.C.

Antecedente:
La civilización minoica

(C) Jacobo Storch de Gracia



Comentario

La riqueza formal del arte minoico, así como la pericia alcanzada por sus artistas en el dominio de diferentes técnicas de trabajo se manifiestan, sobre todo, en el campo de las artes menores. El valor de sus productos, tanto intrínseco como artístico, hizo que éstos fuesen muy solicitados, sobre todo por los príncipes aqueos de Grecia continental. Este es el aspecto más importante de las artes menores minoicas, su trascendencia en el ámbito micénico bajo la forma de una verdadera invasión de joyas, marfiles, recipientes de oro, plata y piedras semipreciosas; el riquísimo mundo de los sellos, de importancia capital para el conocimiento de la religión. La mayor parte de estos materiales se han recuperado de tumbas, tanto cretenses como micénicas y, salvo ciertos casos, son obra de artistas minoicos que hacen gala de un gusto refinado, unido a una excelente capacidad técnica.
La talla de las piedras duras, aprendida de los egipcios en época prepalacial encontró, en Creta, uno de sus mejores campos de cultivo. Todo tipo de cuencos, jarras, copas y vasos grandes, tanto con relieves como lisos, se han hecho a partir de bloques de mármol, caliza, esteatita, alabastro o cristal de roca, unos importados, otros procedentes de Creta. Por medio del uso de taladros y material abrasivo (la piedra de esmeril), apenas existe una forma de vasija que no haya sido trasladada a la piedra por artistas minoicos. Así se puede apreciar contemplando el amplio catálogo de formas de los recipientes del llamado estilo de Mojlos, verdaderos trasuntos de los perfiles cerámicos de su contemporáneo, el estilo de Vasiliki. En la etapa palacial, las formas de las vasijas pétreas se multiplican y, en muchos casos, son de gran complejidad tanto por su factura como por su diseño. Ello da lugar a buen número de piezas únicas, aparecidas tanto en las ruinas de los palacios cretenses como en el ajuar de las tumbas micénicas contemporáneas.

La orfebrería es otro de los campos en que el artista cretense alcanzó una rara perfección, tanto en el trabajo de recipientes metálicos como en el de las joyas. Son muy conocidas las copas áureas y de plata, hechas de finas láminas de metal batido y decorado por medio del repujado, con los usuales temas curvilíneos (espirales, ondas, cordones, rosetas, etc.) y figurativos (peces, delfines y los consabidos pulpos nadando sobre fondos rocosos, o escenas de taurokatahpsía).

En este capítulo tienen cabida casi todos los recipientes áureos de las tumbas del Círculo A de Micenas, de Dendra (Midea) y los archifamosos Vasos de Vafio, hallados en la tumba de este nombre cercana a Esparta (Laconia). Estos recipientes están formados por dos láminas de oro, la exterior repujada con temas y estilo totalmente minoicos; las asas están fijadas al cuerpo mediante remaches. Ambos vasos, hallados en 1888 dentro de una tumba de tholos, representan escenas campestres. Sobre un paisaje rocoso y un fondo con olivos y palmeras, en uno de ellos un cabestro conduce a un grupo de toros salvajes mientras un joven ata una cuerda a la pata de otro toro (vaso bucólico). En el vaso parejo, un toro ha caído en una red, mientras otro huye velozmente y un tercero acomete a dos cazadores, uno de ellos ya derribado (vaso dramático). Se trata de piezas importadas de Creta. Estas obras maestras, tan notables por su expresión acabada del movimiento como por su composición, acreditan la afición de la nobleza micénica a los cuadros de género. La forma de estas copas es un trasunto de piezas de cerámica del momento, llamadas vasos Kefti, por el nombre con que los egipcios conocían a la isla de Creta, Keftiu.

Con la técnica de repujado sobre láminas finas de oro fueron hechas las piezas más conocidas de la joyería cretense, tal como ya se aprecia en obras pertenecientes al Minoico Antiguo. En el período palacial, la orfebrería minoica experimentó un notable desarrollo, colocándose a la cabeza de todo el Mediterráneo Oriental en este arte. Así se desprende de su comparación con tesoros hallados en el Próximo Oriente o con los de Troya. Es justamente famosa una guarda de pomo de espada, procedente de Malia y compañera del hacha en forma de leopardo; en ella un acróbata se contorsiona adaptándose al perfil circular de la pieza. También de Malia y de la etapa de los Antiguos Palacios, es el colgante hallado en la necrópolis cercana de Krysolakos (literalmente agujero o depósito de oro), formado por dos abejas reinas que sostienen un panal con sus patas, composición circular armónica y muy lograda. A la técnica del repujado, en este pendiente se suma el del granulado, menudos glóbulos de oro de hasta décimas de milímetro, soldados a la lámina base de la joya; es la primera pieza del Egeo en que aparece esta técnica de orfebre, conocida también en otras joyas cretenses y micénicas.

Del mismo estilo, y quizás procedente de esta necrópolis, es todo el conjunto denominado tesoro de Egina, hoy día en el Museo Británico, compuesto por vasos, diademas, pendientes, sartas de cuentas de lapislázuli, cornalina, cristal de roca, etc. y vasijas áureas. El más conocido de los colgantes representa a la diosa de la fecundidad entre prótomos de serpientes y ánades, sobre una barca con adornos de papiros. La composición es de tipo heráldico y muestra influjos del arte egipcio. A lo largo de todo el período neopalacial, en Creta escasean las joyas por alguna razón desconocida, por lo que su estudio ha de hacerse a partir de piezas sueltas y, sobre todo, a través de los ricos ajuares de las tumbas micénicas, muchas de cuyas obras son puramente minoicas. Tanto en estas tumbas como en los santuarios cretenses abundan las brácteas o plaquitas de oro de variadas formas y repujadas con los más diversos temas: pulpos, dobles hachas y bucráneos, nudos sagrados, grifos, fachadas de templetes, abejas y mariposas, palomas, etc.

Pero en este período, el trabajo de orfebrería que alcanzó mayor perfección fue el de la glíptica. Los sellos y gemas del Minoico Antiguo ya tenían un carácter insular, lejanos los tiempos en que sus formas exteriores se tomaron de Egipto y Oriente. Los sellos de oro son acompañados, cada vez en mayor número, por gemas talladas en todo tipo de piedras semipreciosas: amatista, cristal de roca, ágata, calcedonia, jaspe, cornalina, etc.

De los sellos más antiguos de esta etapa, la mayor parte se conservan tan sólo sus improntas sobre arcilla y, aún así, llegan a ser muy numerosos. En Faistós, sólo el nivel de su primera destrucción, de hacia 1800, ha proporcionado un lote de cerca de 3.000 improntas, con un número aproximado de 280 sellos diferentes. También son muy abundantes en los diversos niveles de destrucción de Cnosós, concentrados sobre todo en el llamado por Evans "hieroglyphic deposit" y en el depósito del santuario, al lado de las diosas de las serpientes. En Zakros y Hagia Tríada han aparecido colecciones de improntas de más de 500 ejemplares cada uno, con representaciones del estilo naturalista en pleno apogeo.

En la etapa de los Primeros Palacios se abandona el uso del marfil para los sellos y la esteatita se reserva para las piezas comunes. La mayoría de las gemas se hacen sobre las piedras antes citadas, en forma generalmente de lenteja y grabada mediante el empleo del taladro movido por un arco. Las formas cicládicas son muy raras, consideradas como imitaciones orientales, mientras que el perfil prismático prácticamente se abandona, reservado para recibir signos jeroglíficos.

En las improntas de Faistós se puede apreciar la evolución desde los temas ornamentales similares a los de la cerámica del estilo de Kamáres, hasta los figurativos, con el predominio de los animales sobre los hombres. Entre aquéllos, el galope volandero o galope minoico hace su aparición y se convertirá en la más lograda imagen de movimiento. Las siluetas humanas son bastante esquemáticas, al menos hasta el momento de transición hacia los Nuevos Palacios. A partir de este punto, la forma predominante de los sellos es elíptica, algo convexa en su cara grabada. En este período se extiende el uso del anillo-sello de oro, cuyo mayor número de ejemplares procede de las tumbas micénicas. Entre los chatones (gemas engastadas en anillos), los lapidarios grabaron un interesante grupo de rostros humanos muy realistas, al modo de verdaderos retratos, los primeros del arte europeo. Los animales y el paisaje (árboles y rocas) adquieren su mayor naturalismo, perfectamente adaptados a la redondez del sello y de composición centrada, característica del naciente arte griego, en contraste con los esquemas compositivos de las artes orientales. Este logro minoico se considera como el precedente de esta idea en el arte occidental.

En las representaciones humanas reside el principal interés de los sellos, pues ilustran una gran cantidad de aspectos de la religión cretomicénica, además de servir de documento inapreciable para la reconstrucción de edificios, altares, barcos, etc. Las escenas más usuales son de danzas extáticas, actos de adoración ante la divinidad, diosas con todo tipo de animales a ambos lados en su función de potnia therón, la epifanía o aparición de la divinidad ante la expectación de unos adorantes que realizan el gesto del aposkopein, bajando la mirada hacia el suelo. Otros sellos representan al dios joven de la vegetación, en animada charla con la diosa madre o subido en lo alto de una colina, recibiento adoración, o bien rodeado de animales, como señor de los mismos (despótes therón), etc. Provistos de multitud de detalles, sin embargo, el grabador de sellos no se interesa por el volumen de las figuras, sino por su silueta y por el equilibrio de la composición.

En los sellos tardíos, como en las restantes manifestaciones artísticas, predomina la estructura simétrica, generalmente de tipo piramidal, con personajes y objetos organizados siguiendo ejes verticales y horizontales. Es de interés recalcar este aspecto del arte minoico, más propenso a desarrollar perfectos cuadros en miniatura que obras monumentales, tal como ocurre en las vecinas civilizaciones de Oriente o Egipto. Ello explica la pujanza y variedad de las artes menores en la cultura minoica, dotadas de una originalidad y refinamiento que hace de la Edad de Bronce Medio cretense una civilización que no desentona en absoluto entre las culturas vecinas, con las que nunca faltaron contactos ni algunas influencias mutuas. En este carácter independiente, vitalista y creador es donde reside, quizás, el mayor atractivo del arte minoico.